jueves, 7 de marzo de 2013

La Apariencia es el nuevo Intelecto

Estoy leyendo la autobiografía de Isaac Asimov.
La vida de un señor inteligente, sincero y generoso, de un gran escritor y divulgador del conocimiento.
Nada menos.
Lo cuento porque me da la sensación de que este tipo de persona no abunda demasiado.
Me pregunto por qué.
¿No es la sabiduría un fin digno de ser perseguido?
Pongo la tele. Paseo un rato por las Redes Sociales. Hojeo un periódico. Analizo las portadas de las revistas. Escucho algunas conversaciones. Me fijo en los ídolos de las masas (de todas ellas) y en la iconografía de moda. Observo un poco alrededor.
Y me doy perfecta cuenta de que no. La sabiduría no es, ni muchísimo menos, un fin que nuestra sociedad considere importante. Todo el mundo reacciona de alguna manera ante una persona inteligente y/o culta, como es natural. Pero no son dones que sean tan respetados, imitados o admirados como la riqueza material, la belleza física o la simple fotogenia.

Vivimos en un mundo de titulares. Hace poco leí uno que decía que el 90% de informaciones en Facebook eran recibidas exclusivamente a través del título. Eso quiere decir que el 10% lee, y la gran mayoría se limita a darse por enterado. No me parece mal. Hay tantísima información que las personas regresan a sus límites conocidos, y reducidos, para sentirse de nuevo seguras y acompañadas. El experimento de las Redes Sociales, que es fascinante desde todos los ángulos, empieza a dar sus primeros resultados perceptibles. La apertura que significaba compartir los propios conocimientos con otras personas de diversa índole (familiares, colegas, amistades, conocidos, desconocidos, afines y contrarios) no está siendo asumida, en mi opinión, por la población humana que usa las Redes Sociales. Y puesto que la educación, la cultura y la condición social y geográfica no ha sido la barrera (los porcentajes nos reflejan a todos) me inclino a pensar que un mundo de titulares es lo que todo el mundo desea. Fotos. Imágenes. Frases. Directas y cortas. Y si puede ser, previamente reflexionadas por otros. Cada vez más amantes de lo reducido, fans de un eslógan, de un icono, de una marca, de un equipo, de un país, de una estética, de un tipo de música y, si hay suerte, de alguna película o novela. 

Como tengo una mente de ciencia-ficción, no puedo evitar imaginarme una aplicación de I Phone mediante la cual un ser humano pueda programar su entorno de acuerdo a una imagen previa que desea imitar para no tener que tomarse el trabajo de construir una identidad propia, de cuestionarse su propia existencia y su influencia en la época que vive. Esta aplicación ofrecería un Kit Completo: cómo debe vestirse, qué debe opinar, a quién debe votar, qué tipo de vida debe llevar, qué tipo de entretenimiento le conviene y mediante una hermosa impresora 3D, Apple le hará llegar todo lo que usted necesita. Y así vivir una vida plácida, sin complicaciones, relajada y feliz hasta el día de su muerte.
Estoy influenciada por Black Mirror.
Con esto quiero decir que pienso que estamos perdiendo a pasos agigantados aquello que más deberíamos cuidar, alimentar y desarrollar, que es nuestro cerebro, único, espectacular. Tantos años de comida de coco mediático han hecho estragos.

Lo que chana ahora es una foto de perfil, que nos defina como amorosos padres...o tal vez glamurosas criaturas de la noche. Un avatar, un disfraz que acaba poseyéndonos.

Tanto gritar que tenemos derecho a opinar, que deseamos que se respete y se valore el bien común, que merecemos la abundancia en lo funtamental...para acabar siguiendo a un personaje mediático, endiosándolo hasta lo nauseabundo y encumbrándolo como el máximo artífice de una realidad aceptada. O al revés, enfáticamente odiando en público a quien representa justo lo contrario.
Los ombligos están hoy cubiertos de telas y telas, de capas de tela impresas con caras, con colores, que representan aquello que quisiéramos ser.

Como monitos que somos, hacemos de la mimética el arte de la vida.
Bueno, pues ya puestos...¿qué hay de la inteligencia?, ¿nadie siente el deseo irrepimible de imitarla?...es posible, sólo posible, que la belleza física, la fotogenia, la apariencia, sean muchísimo más asequibles para la mayoría de nosotros que la capacidad intelectual. La confianza en la inteligencia, el placer de conocer, la curiosidad por lo desconocido, el poderoso empeño implacable, joder, la necesidad de ser uno mismo, de PENSAR por uno mismo, de SABER...no deben ser facultades de uso demasiado común.

Hace tiempo escribí aquí una llamada a los Intelectos, a que surgieran de las profundidades en las que yo los creía escondidos. Empiezo a sospechar que no existen ya. 
Atrapados en la espiral de lo cómodo, caeremos en manada hacia el abismo de la ignorancia. Y esta vez no podremos culpar a nadie.



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